Lo confieso. El fin de esta entrada es pretencioso. Quiere acabar de una vez por todas con el manido debate sobre si la fotografía es arte o qué es. Os lo aclaro: la fotografía únicamente es arte si consideramos a un número muy escaso de autores: los llamados fotógrafos pictorialistas, los cuales a propósito olvidé en mi post anterior sobre el retrato para otorgarles merecida justicia ahora.
Pero vamos al origen de mi afortunada y atrevida aseveración. Yo en realidad no conocía a ninguno de estos tíos, de los pictorialistas. Me sonaba el nombre, pero creía que esta fotografía era algo así como coger el pincel del photoshop y empezar a meterle a las máscaras de capa hasta que sale un Pollock o algo parecido. Pero un día conocí a uno y en qué extrañas circunstancias. Resulta que gracias a un buen contacto, tuve la ocasión de asistir a la grabación de uno de los apartados del famoso programa de Iker Jiménez, Cuarto Milenio. Supongo que el reportaje se emitirá en breve. ¡Menudo acojone! Eramos muy pocas personas en el estudio. Ésta fue la escena:
Sala oscura en la que sólo se ilumina, con un gran foco cenital, a un señor que espera meditativo con la cabeza gacha. Nuevo foco. Sale Iker y con un dominio total de la escena empieza a hablar de reencarnaciones, vidas anteriores y tal. Se tira un rato platicando con el experto de estos temas hasta que anuncian que van a hipnotizar a un fotógrafo que sospechaba que había sido pintor en el siglo XVII. Aparece éste, que tenía el pelo rasurado o era calvo y que por el acento parecía de origen francés, y se sienta en un sillón. Lo que ocurre desde este momento es escalofriante. El tío entra en trance tras las hábiles artimañas del hipnotizador y tras un momento comienza a hablar en una mezcla de castellano e italiano antiguos, a gritar que él era Jusepe de Ribera, el “Spagnoletto”. El trance va a más y comienza a realizar ciertos ademanes un tanto amanerados, girando sin parar la muñeca y moviendo las manos, hasta que nos damos cuenta de que estaba, ¡oh prodigio!, pintando, un enorme retrato de Arquímedes.
Los movimientos se van haciendo cada vez más convulsivos y van acompañados de quejumbrosos gemidos y alaridos. Los escasos asistentes nos miramos con temor y preocupación. Ante la situación, el hipnotizador empieza a gritar al fotógrafo: “¡Stop, Pierre, stop, regresa, despierta, stop!” Como no hay reacción, todo acaba con un seco bofetón al fotógrafo, que vuelve en sí sin recordar nada de lo ocurrido. Inquietante, ¿verdad?
Regresé a casa conmocionado y comencé a buscar por la red quien podía ser este fotógrafo. Entonces averigué lo que era en realidad la fotografía pictorialista. Y empezaron a brotar imágenes bellísimas, tan bonitas que parecían pinturas. Mi órgasmo visual sería tal como el de Sthendal en su día. ¿Cómo había podido ser ajeno a tanta belleza? ¿Cómo desconocía tal virtuosismo en mi principal afición? Y yo perdiendo el tiempo, primero con la street photo y el reportaje y luego, como sabéis, con la fotografía conceptual. Era una nueva fotografía que se distanciaba y liberaba de esas absurdas obsesiones de la vieja fotografía: de contar historias; de reflejar crudas realidades; de transmitir conceptos que nos lleven a cuestionarnos cosas y, a lo que es peor, a interpolarnos y tocarnos la conciencia y, por tanto, los cojones. Como ocurre con la imagen del desahucio que pusimos hace dos días en nuestra página de facebook.
Por fin la fotografía se hacía arte porque buscaba la belleza sin más pretensiones. Por fin el sueño de algunos fotógrafos victorianos, que sólo pretendían situar a la fotografía a la misma altura que la pintura, era retomado hoy por un puñado de valientes fotógrafos que, olvidando modas y lobbies fotográficos, se habían empeñado en demostrarnos que la fotografía puede elevarse a la categoría de Arte. ¡Bravo!
Yo sospecho que algunos fotógrafos reconocidos, como Egglestone o Parr, también aspiraron en sus inicios a ser pictorialistas, pero como nunca aprendieron a controlar la exposición, decidieron con mucho dolor cambiar de registro. Pero aun así, hay excelentes ejemplos de fotógrafos pictorialistas: Hendrik Kerstens, Sugimoto, Giraudel (cómo recuerda a los frescos de Miguel Ángel), Gokdchain… Pero por centrarnos en autores residentes en España, podemos poner el ejemplo de Aurelio Monge. Si a éste se le hiciera otra regresión de éstas, saldría que su bellísima manera de fotografiar es tal porque hace años su alma fue la del mismísimo Caravaggio. Y no porque le sentaron mal unas ostras como dijeron hace tiempo los del Asombrario.
Así que ahora ando ensimismado con este nuevo retratismo español que da un merecido protagonismo a la luz, al rostro humano, a la madre naturaleza; incluso combinándolos en ocasiones en perfecta armonía. En realidad antes lo hicieron autores como Joan Vilatobà, Casas Abarca u Ortiz Echagüe, por nombrar algunos, pero los actuales tienen una inusitada fuerza innovadora. Desde luego, en los feos tiempos que corren, es de alabar la opción decidida de estos valientes por la búsqueda de la belleza. Ojalá queden atrás esos tiempos en los que calificar una fotografía como pictórica equivalía a mandarla a la basura por blandenga.
Afortunadamente, todos estos nuevos autores están creando escuela y en el mundo de los aficionados, tan injustamente desatendido y donde tantas joyas podemos hallar, está surgiendo una renovada visión pictorialista muy interesante. Baste un ejemplo:
Y como esto no pretende ser una galería de los honores, los paradigmas mejor los buscáis vosotros. Cienojetes prefiere mostraros el camino a la fuente a daros el botijo en la mano. Para que crezcáis por vosotros mismos. Yo ya lo estoy haciendo, porque con tanta reencarnación y espiritualidad no he tenido más remedio que hacerme budista. Y ya llevo la cabeza raspada, como Pierre.
