Ya sabemos que hoy en día el texto que hay detrás de una obra fotográfica pesa mucho. El concepto es clave si eres un poco perrete a la hora de hacer fotos y quieres vivir sólo de lo que fotografías los fines de semana y los meses de agosto, como mucho. Lo que pasa es que yo soy un poco borderline y me lío con todas esas palabrejas incomprensibles. Tenía que haber otra forma de llamar la atención sobre mis fotografías y por fin la he descubierto.
Hace unas semanas estaba en mi casa intentando hacer unas fotos a lo Chema Madoz cuando me llamó Nicon para proponerme asistir a una conferencia de un prestigioso fotógrafo. No me lo pensé dos veces, porque ya me había quemado tres veces los dedos con las cerillas y estaba a punto de recurrir a los cubitos para compensar. Le pregunté a Nicon si el fotógrafo era de los contemporáneos, de esos que ven más la luz de la pantalla de su iMac que la del Sol, pero me aclaró que no. Era un fotógrafo de toda la vida de Dios, un fotógrafo de los que hacen fotos de verdad, con su trayectoria, su libro de PhotoBolsillo, sus canas. Vamos, emergido y casi sumergente. No podía rechazarlo, necesitaba un descanso de tanta pretendida trascendencia.

Imitación del estilo de Chema Madoz (Foto de Catalina Saar, Julieta Visintini)
Al poco de comenzar la conferencia ya me di cuenta de que el tipo no podía ser catalogado como moderno o contemporáneo. Varias eran las características que lo diferenciaban de los otros. En primer lugar hablaba de forma totalmente comprensible, sin mencionar la yuxtaposición polisémica ni la visión poliédrica. Además, daba datos sobre la cámara y los objetivos que había utilizado sin que por eso le diera vueltas la cabeza o escupiera sangre. Pero, sobre todo, la principal diferencia estaba en que el discurso acerca de su fotografía se centraba en la descripción de todo lo que rodeaba al momento de la toma, a las batallitas detrás de las fotos, las cuales relataba con todo lujo de detalles.
Ay amigo, ¡claro! Por fin lo entendí. Los fotógrafos contemporáneos tienen que inventarse toda esa palabrería conceptual sobre sus proyectos a posteriori, tras haber hecho las fotos. Sin embargo, los fotógrafos de toda la vida de Dios no lo necesitan, ellos venden su trabajo gracias a todo lo que sucede antes de la toma. ¡Qué liberador me resultó! Tal era mi asombro al principio que no lograba encontrar la razón por la cual los modernos recurrían a tan difícil tarea con el fin de darle empaque a su obra, pudiendo simplemente contar los entresijos de cada imagen. ¿Por qué ya no quedan fotógrafos como los de antes? Más tarde caí en la causa y me invadió la lástima.

Algunos, como Mikel Bastida, escenifican la batallita al no haberla podido vivir en persona (de su serie War Theatre)
Veréis, los fotógrafos de toda la vida de Dios son una especie en extinción, gente sociable que relatan su relación personal con otros fotógrafos en términos del mundo real. Es decir, se ven en persona con ellos, se visitan, se van a hacer fotos juntos. Como los modernos no se despegan del ordenador o del smartphone no entienden el significado de la palabra “anécdota”. Además, cuando hacen fotos a la gente, como suele ser de espaldas o cuando la persona retratada está cabreada o deprimida, tampoco entablan conversación, por si acaso, y luego no tienen nada que contar. De hecho, rara vez saben el nombre de las personas que aparecen en sus fotos, eso implicaría hablar con ellas.

Robert Capa, fotografiado algo más lejos de la periferia suburbana, intuimos.
Sin embargo los fotógrafos de toda la vida de Dios te cuentan con mucho detalle lo que estuvieron comiendo ese día, con quién iban, cómo llegaron hasta allí, de lo que estuvieron hablando con la persona retratada o de que si se hacen el tonto nada más llegar a un sitio. Presumir es un elemento indispensable, por ejemplo alardean de que tuvieron al mejor fixer, de que se juegan la vida, de que casi les roban, de que oyeron tiros, de que casi se despeñan, etc. Luego todo eso no se aprecia en las fotografías, no se ve por ningún lado, sólo forma parte de su tinglado novelesco, tan necesario para estos abuelos batallitas.

Castro Prieto riéndose mientras trabaja, hasta parece que disfruta de la fotografía.
Así que yo he decidido que a partir de ahora me voy a dejar el tema de la fotografía trascendental y abandono mi ambición de publicar fotolibros, no puedo más con eso de la reflexión a posteriori. ¡A tomar por saco eso de ser artista, yo sólo quiero ser fotógrafo! Comenzaré un nuevo camino y me ganaré la vida gracias a las conferencias que acompañarán a mis fotografías, hechas como toda la vida de Dios. Realmente no son caminos tan distintos, los dos se pueden basar en centrar la atención en el texto más que en la imagen, en adornar a las fotografías de palabrería por miedo a que no se vaya a entender la imagen por sí misma o a notarse que no tienes andamiaje conceptual que lo sostenga. Pero, qué cojones, al menos me aseguro de que alguien entiende lo que digo.
