El otro día estuve en una conferencia de esas sobre fotografía de autor. Yo sabéis que soy más de la fotografía de alta calidad, pero hay que saber de todo para estar a la onda. Durante la presentación del fotógrafo por parte de una anciana que dijo ser catedrática de Historia del Arte (sabía tanto que la presentación duró más que la conferencia) hizo un par de referencias a un libro llamado “La cámara lúcida” de un tal Roland Barthes, un tipo que no era fotógrafo pero que escribió un texto que todo intelectual menciona de vez en cuando. Yo no me enteré mucho de lo que decía la presentadora sobre el libro (porque estaba tuiteando mientras tanto), pero me picó la curiosidad y me lo compré para tener algo de qué hablar en las conversaciones entre modernos.
La verdad es que cuando lo vi en la librería me alegré mucho, porque es un libro finito de pocas páginas y yo es que no tengo paciencia para leer mucho. Lleva fotos dentro, pero parecen fotocopias maluchas. No entiendo cómo se ponen tan pesados los repensadores de la fotografía con los fotolibros y el dichoso janemule, para luego alabar un libro con fotocopias.
El libro tiene cuatro conceptos básicos a los que le da un rollo que no veas. Que si algunas fotografías tienen un “no sé qué que qué sé yo” al que llama punctum, que si el resto están tomadas en un stadium (digo yo que habrá fotos tomadas en todos los sitios) y lo que más flipado me dejó: lo de las fotografías visitables y habitables. ¡Vaya tela con los calificativos! Al parecer las fotos visitables son esas que miras así como de reojillo, esas que te enseñan los fotógrafos emergentes sobre huertos urbanos y tú miras pensando “no sé por dónde cogerla”. Sin embargo, las fotografías habitables son aquellas que te tirarías horas mirando, como esos paisajes guapos llenos de colores, con su tratamiento por zonas y tal, de los que piensas “¡ahí tengo yo que ir a hacer fotos al amanecer, fijo!”. Lo de las fotografías habitables me parece un concepto impresionante, la verdad es que molaría que en el Flickr te dijeran que cada foto tuya tiene 500 vistas (los que solo visitan) y 40 okupas (la peña que la considera habitable). Igual lo meten en la próxima versión cuando lean mi post.
Pero yo a lo que voy. El tal Barthes se calentó la cabeza con lo de afotar, pero se le pasó por alto un tipo de categoría que para mí es la más evidente: las fotografías recortables. ¡Hombre, por Dios! Todo el mundo sabe que cuando estás mirando tus fotos en el laitrum siempre piensas “qué pena que se me haya colado este tío aquí”. Yo es lo que pienso al ver algunas fotos de William Klein. Me pasa con la del chaval de la pistola, que siempre me pregunto por qué no quitar al crio que está con esa cara de pasmao. Si aplicas el recorte que yo sugiero te queda una foto vertical que no veas, perfecta para decorarte un salón como con las fotacas esas que venden en el Ikea. O si no la otra que pongo aquí… una foto perfecta de una parejita si no fuera por el hombre ese que mira a cámara y encima está medio movido. ¡Estas son fotografías claramente recortables! Además, para respetar la terminología de Barthes le he puesto un recuadro a la foto en la que indico cómo recortarla siguiendo la línea de punctums.
La verdad es que, ahora que lo pienso, la idea de las fotos recortables ni siquiera es mía. Se lleva haciendo desde que existen las fotos en papel. Por ejemplo: que rompes con la novia, pues ahí tienes otro ejemplo perfecto de fotografía recortable.
En el fondo me ha molado esto de hacer reseñas literarias. Si me entero de otro libro de intelectuales os haré mi desertización sobre él.
