Vengo de ver a Nacho. Mientras camino con paso fúnebre, cual alma en pena, voy pensando en todo lo que hemos hablado hace un rato.
La culpa de que esta temporada arranque tan tarde la ha tenido el señorito Canon. Cada vez que le apremiaba a comenzar, me daba largas: “Estoy recabando ideas nuevas para inspirarme, necesito descansar, estoy de viaje, etc.” Así que hace tres días decidí visitarle. Al llegar a su casa me dí cuenta de que todo fueron falsas excusas, que había algo más serio detrás:
Canon, algo borracho, bebía güiski con hielo en su sillón orejero y no cesaba de proferir maldiciones respecto a la situación de decadencia de la fotografía patria. Sí, de decadencia.
–¡Esto ha sido una metida monumental –decía–, una mierda descomunal, una… un…! No hay nada, Nicon, porque quizás nunca haya habido nada, nada… –su voz se desvanecía.
–Pero eso no es así, Nacho –le contesté, intentando animarlo–. Acuérdate que hasta Aperture hablaba de una era dorada en la fotografía contemporánea española y, encima, la editorial de su revista nos citaba como parte importantísisima de esta nueva movida, nos metía dentro de los pocos que manejan el cotarro… Perdón, el establishment, quería decir. –rectifiqué.
–Jaja, ¿te lo llegaste a creer? ¡No soporto más la presión y un día vas a descubrir en mi congelador el cadaver de uno de esos del Ibex 35, de un visionario o un pope! –bramó Canon al tiempo que se servía otro vaso–. Lo conseguirán, podrán con nosotros –dijo, dando un largo sorbo–. Entre aquellos y éstos, los fotógrafos de la nueva movida que tú llamas, nos decapitarán. Los artistas nos están dejando sin alimento para el blog, sin recursos, porque se está acabando todo. De esta gente poco se puede hablar ya. Fíjate, este año ya no hubo ningún español nominado para los mejores libros en Paris Photo.

“The poet´s tomb”. Foto: José Alemany
– ¿La mata ya no echa tomates? –me pregunté en voz baja–. La verdad es que, de los españoles, la exposición que más me llama la atención es la de Alemany –admití ya en voz alta, cabizbajo.– Y de los libros que han sido destacados, la reedición de Eggleston.
–En París Photo están los que la casta fotográfica decide que estén, como en todo sarao importante –afirmó tajante Canon–. La nueva reina aparece en primera página; la destronada, mucho más atrás. En la exposición de fotografía más visitada este año, la mayor parte de fotos fueron hechas a mediados del siglo pasado; y a la de la niñera le ha sucedido en el mismo sitio otra de Doisneau. Y si acercamos la vista hacia nuestros lares, el festival Alibaba vivió sólo un año, antes de que se lo comieran los 40 ladrones.
–Bueno, sí –admití yo–. La verdad es que ya lo hemos hablado alguna vez: la mayoría de los emergentes terminan sumergiéndose. Primero se ilusionan mucho en su mundo virtual endogámico pero los más espabilados, o acaban pirándose fuera para que se les reconozca o abandonan la fotografía de autor porque del aire no se puede vivir, claro. Y los que no cambien el rumbo, morirán en la miseria como Atget o la propia Maier. Aunque ella, al menos, entendió pronto que no podía vivir de sus fotos; terminó por no revelar sus negativos.
–Eso es. El dinero manda. Y a nosotros nos pasará lo mismo. Fíjate, por poner un ejemplo, en como nos trata Facebook: como no pagamos para promocionarnos, nos baja la audiencia y ya no se entera que publicamos ni mi tía.
–Entonces, ¿somos parte de esta engañifa, hemos caído también en la trampa? ¿También nosotros somos efímeros? ¿Esta temporada será la última de Cienojetes? –pregunté, descorazonado.
–Sí. Es el fin –asintió Nacho–. El fin de los fotógrafos es también el nuestro. A ellos se les acaban las ideas y a nosotros también. Después de esta temporada deberíamos, como ellos, salir del patio. Quizás recorrer el país en coche, de potobook club en festival para averiguar en qué leches piensan y qué es lo que quieren las bases, igual que va a hacer Pedro Sánchez o que hizo Cristina García Rodero en sus tiempos.
–Con los emergentes nacimos y con ellos moriremos. Total, de aquí a veinte años, todos calvos. Lo ha dicho el mismísimo Salgado. A otra cosa, mariposa.
–Pero no hay que tenerle miedo al final. Un zarpazo de un oso herido de muerte te puede dejar sin cabeza. Moriremos, pero ¡moriremos matando, Pepinos! –terminó gritando Canon, al tiempo que levantaba su copa.
–Pásame la botella, amigo Canon. –le pedí.
